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¿Qué es mejor? Ser arquitecto o arquitecto estrella

En la lengua alemana – en Suiza por lo menos – se usa en los medios más y más nombres de profesiones compuestos con la palabra star, lo que significa estrella, para designar a algunos hombres conocidos y llegados al olimpo de su profesión. Sí, se trata generalmente de hombres de pelo blanco, a las mujeres se les otorga este privilegio muy raramente. Hay abogados estrellas, diseñadores estrellas, jueces estrellas, cocineros estrellas, aún autores estrellas, pero sobre todo arquitectos estrellas.

No cabe duda de que el otorgamiento de estrellas muestra la excelencia de la persona así honrada. Pensemos en el Walk of Fame en Los Ángeles que celebra 2704 personalidades del sector recreativo, pensemos en las estrellas que solicitan a cada usuario de internet al evaluar su búsqueda en la red. Por otro lado, el empleo de estrellas para marcar el valor se usa desde hace poco y parece ser un fenómeno relacionado con el aumento de la importancia de los medios de comunicación. Sin embargo, aunque nada justifique el calificativo de estrella para cada profesión, parece que el arquitecto disfruta de una consideración particular y merece que se le atribuya esta estrella para destacarlo de la masa de sus compañeros de trabajo. Las obras del arquitecto estrella llevan ese sello que permite reconocerlas a primera vista en cualquier lugar del mundo. Su comitente se encuentra en el sector privado o público, dependiendo de la función que se espera del encargo.

Dos arquitectos con el predicado de estrella demuestran perfectamente el motivo de esta distinción. Quisiera presentar a dos arquitectos que me encantan. Frank Gehry, canadiense y estadounidense, me seduce porque rompe las líneas rectas que se suele usar en la arquitectura convencional para convertirla en una arquitectura que se llama el deconstructivismo: las superficies planas están en ángulo, los espacios se inclinan o ejecutan una torsión de manera que el caminante se mueva en espacios internos confluyentes. El lenguaje expresionista de Frank Gehry rompe con la geometría, deconstruyendo la estructura y la forma para someterlas a otra construcción. La Fundación Louis Vuitton en Paris, el Museo Guggenheim en Bilbao o su última obra, el complejo cultural LUMA en Arles en el sur de Francia, ponen en evidencia el concepto revolucionario de ese nuevo estilo arquitectónico.

Al contrario del brillo un poco de lentejuelas que relumbra de la arquitectura de Frank Gehry, el japonés contemporáneo Shigeru Ban edifica objetos que destacan por su elegancia y su ligereza. Se sirve de la madera, un material flexible, gracias a la que su arquitectura se eleva como un juego de construcción con fósforos y deja penetrar la luz y el sol. Arquea y teje el material y lo cubre de una piel de aluminio y vidrio. Además utiliza papel, cartón, barro – este sobre todo en su patria –, lo que le permite reconstruir rápidamente los daños causados por los terremotos. Shigeru Ban es un arquitecto moderno que toma en cuenta la sustentabilidad que debería estar en la base de la vida en nuestra época.

Expuesto así, estos arquitectos son los primeros candidatos en recibir aquellas estrellas pues embellecen el entorno, ponen la tradición en duda e impulsan el crecimiento económico de una región o de un país atrayendo a los turistas. Sin embargo, no debemos dejarnos deslumbrar por esta constatación, pues un arquitecto no se halla solo, creando sus magníficas obras en una torre de marfil. Él trabaja en equipo y dispone de herramientas digitales que facilitan la representación gráfica de sus ideas. Naturalmente no es mi propósito menospreciar la importancia de la mano del artista, pues evidentemente hay arquitectos que son faros en el paisaje de la creación y merecen ser llamados estrellas.

Me refiero a mi fastidio cuando debo leer continuamente en los periódicos suizos el calificativo de estrella colgado en la solapa de demasiados arquitectos y, por tanto, es inevitable que surjan preguntas y dudas respecto a la legitimación y el valor del calificativo. ¿Cuánto tiempo conservarán el grado de estrellas? ¿Una desgracia o aun la muerte apagaría su luz? ¿Por qué no se atribuye post mortem a arquitectos geniales cuyas sus obras superan todo lo que existe en Europa, como Leonardo da Vinci o Gian Lorenzo Bernini, la distinción de estrella? En ningún caso quisiera perjudicar la increíble importancia que tiene la profesión, pero indudablemente se trata de un fenómeno de moda avivado por la visibilidad que dan los medios. Y, como siempre hacen los medios, han llevado este fenómeno al absurdo ya que el calificativo de estrella se otorgaba originalmente a los cantantes y actores de cine, es decir a los ídolos del sector recreativo, de manera que han puesto a los arquitectos al nivel de los artistas del espectáculo. En realidad, solo se consigue lo contrario a su propósito: devaluar el arte.

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Los Amantes de Remedios Varo

Recientemente descubrí a Remedios Varo, una artista española del siglo veinte que participó en el movimiento de los surrealistas en la primera mitad de su vida, pero que se desató en los años cincuenta después de haberse exiliado a México. Es entonces que su pintura adquirió más y más un contenido místico.

Tengo que admitir que nunca sentí afinidad por los surrealistas a excepción del artista belga René Magritte que aprendí a apreciar mejor con motivo de una exposición en Bruselas hace tres años. Entiendo lo que los artistas quieren transmitir, creo que puedo descifrar los símbolos, las metáforas o los signos oníricos, en breve su iconografía, pero el estilo no me habla. ¿En el caso de Remedios Varo por qué recurrir a la iconografía de la Edad Media o del neogótico? ¿Por qué representar la vulva como símbolo femenino en muchas obras? Personalmente pienso que el recurso a los órganos genitales para afirmar su genero, sea la vulva sea el falo, es un proceso de poco valor, que además actualmente ya no significa nada. A lo que íbamos, pues es verdad que el arte de Remedios Varo se coloca en otro tiempo. Ahora bien, a medida que hice desfilar las obras en la pantalla del ordenador se destacaron diferentes pinturas que me tocaron el corazón y opté por Los Amantes, una obra tardía que la artista pintó en 1963, el año de su muerte.

Los Amantes, Remedios Varo, 1963 (https://www.remedios-varo.com)

Una pajera enamorada está sentada sobre un banco de parque en un lugar de naturaleza frondosa. Se dan la mano y se miran a los ojos. Y exactamente las caras llaman la atención porque están representadas por dos espejos que deberían reflejar la cara del otro, pero que en verdad refleta su propia cara. Vemos dos caras similares en los espejos, el reflejo del pequeño lunar bajo un ojo dando la prueba. ¿Qué están buscando en el otro? Quizás a su gemelo que le dará el anclaje en el presente gracias al pasado común y tranquilizador en el liquido amniótico, pues tienen los mismos valores, salen del mismo calor íntimo, se comprenden sin palabras. Sin admitírselo, a veces, es lo que une a los amantes en un amor fusión. Además, el gemelo garantizará un futuro animador gracias a las mismas memorias datando de esta época acuática. Pero, de hecho, el gemelo es una ilusión y su búsqueda es vana porque la otra cara es otra persona. Sin embargo, el anclaje sirve de barco de salvamento para superar y olvidar sus propias zonas de sombra que nos hacen tambalear en la vida. Mientras que dure la ilusión, los amantes pueden reunirse en un destello de pasión lisa y armoniosa. Remedios Varo logró bien manifestar sobre la profundidad del inconsciente humano tan pronto como sumerja en el amor pasional.

Al mismo tiempo, hay otro elemento que subraya la pasión de los amantes, son los vapores que sacan de los cuerpos. Los sacan en chorros de las partes particularmente aptas a exteriorizar los sentidos de amor como las manos, el corazón, la garganta y las axilas, se juntan subiendo hasta el cielo, aunque aquí perdiendo de su intensidad, para últimamente bajar en forma de lluvia. El amor está disminuyendo y va a ahogarse en las aguas ya progresando hasta la mitad de las pantorrillas de los amantes. No se dan cuenta de que lo trágico del amor se anuncia y que sí mismos corren a su perdición.

Sin duda, Los Amantes de Remedios Varo abarcan rasgos muy poéticos. Aunque parezca bastante banal poner en analogía el fenómeno de la pasión con un fenómeno meteorológico, no falta poesía porque la artista da una explicación ingenua y mística al milagro del amor con el fin de tocar la fibra empática y soñadora del espectador. Sin embargo, Remedios Varo disturba la gracia de la escena amorosa cuando da a la cara de los amantes un aspecto impasible y andrógino. Gracias a este proceso denodado – y encuentro incluso irónico – la representación del sentido amoroso se enriquece de una discusión psicológica. Como lo he mencionado arriba los amantes se equivocan al buscar el amor en lo que podría ser su doble de manera que este deslumbramiento impide que la excitación amorosa usurpe la fachada humana. La cara se queda inexpresiva, los cuerpos están sentados tiesos como petrificados, la pasión que gracias a los vapores se hace visible en esta pintura, pero que habitualmente se entiende como un sentido fuerte e indomable, se asemeja sin más a un fenómeno de metabolismo controlado por la razón. Son estas contradicciones subyacentes el mensaje que presta su fuerza al cuadro.

René Magritte, Los días gigantescos, 1928

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René Magritte, Los días gigantescos, 1928

Como me encontraba en Bruselas, la ciudad en la que René Magritte había estudiado y vivido toda su vida, a excepción de tres años en París, planeé ir a su museo para tratar de comprender mejor a este artista que hasta ese momento era enigmático y desconocido a mi sensibilidad artística. Pero finalmente decidí visitar la exposición temporal DalíMagritte presentada en los Musées Royaux des Beaux-Arts de Belgique. Así, tuve la oportunidad de investigar a dos pintores que nunca habían tocado mi corazón. Quizás cambiara mi opinión. Tuve curiosidad por saber cómo se puede reunir a dos artistas tan diferentes aunque ambos pertenezcan al movimiento surrealista, el uno excéntrico, extravertido, al servicio del subconsciente, el otro metódico, reflexivo y al servicio de una ilusión que da a lo surreal la apariencia de la normalidad.

Andaba por las salas, cada vez más afectada por las obras, pasando cada vez más tiempo delante de ellas cuando me sorprendió un cuadro de Magritte. Vi cuatro manos, dos de ellas en una posición de rechazo y empuje, las otras dos abrazando la cintura de una mujer desnuda. Sin pensármelo más se me ocurrió una escena de acoso, ya que hoy en día todos estamos influidos por las noticias del movimiento #MeeToo que denuncia los abusos sexuales, sin embargo, dudé de mi primer juicio porque este tema no es familiar en la obra de Magritte y porque todavía no había logrado distinguir la estructura de lo que estaba representado. Duró algunos segundos hasta que me di cuenta de que las manos agresivas constituían la prolongación de la parte oscura en el lado izquierdo de la mujer. Se veía solamente el brazo, la cabeza y una parte de una chaqueta de hombre asaltando a su víctima. Prestando atención a la silueta del hombre se notaba que había algunos detalles que no se sometían a una representación real como su brazo superior o el pedazo triangular de la manga de su saco que falta entre las piernas de la mujer con el fin de continuar perfectamente con su silueta. Poco después, oh milagro, pude captar la silueta entera de la mujer delante del fondo grisáceo. Así, la escena violenta se producía dentro de la silueta, lo que podía significar que la expresión de horror que mostraba la cara femenina, no era la señal de un acoso sexual real, sino de una lucha interior que ponía en escena, de manera dramática y desde la perspectiva de la mujer, el demonio con el que cada uno se debe enfrentar. ¿Mujer u hombre? ¿Yo y superyó? Esa revelación facilitaba la lectura del cuadro porque permitía, más allá de la influencia estilística de los artistas contemporáneos a Magritte, como Maillol o Picasso, dar un sentido a los rasgos viriles y al cuerpo masculino de la mujer.

Magritte juega con las opiniones preconcebidas del espectador y lo desestabiliza cuando este va prestando más atención al tema tratando de averiguar el sentido que se esconde detrás de la primera impresión. A primera vista uno puede sentirse un voyeur que mira por el ojo de la cerradura y es testigo de una escena violenta, mientras que, al entrar en detalle, se siente lanzado a su dualidad existencial en la escena de la lucha interior. El artista engaña al espectador. Para este efecto se sirve no solamente de la iconografía, sino también del titulo que dio al cuadro, Los días gigantescos. Magritte une de manera inusual y ambigua dos palabras para definir los días representados en la pintura y así desea despertar en el lector una imagen confusa de la percepción del cuadro. Pero si se toma el sentido de “gigantesco” en su primera acepción derivado de los gigantes de la mitología griega, hombres salvajes o seres divinos, monstruosos e irreductibles luchadores que se rebelan contra los dioses, la lucha interior encarnada en el cuadro de Magritte se presenta al ojo del lector en toda su fuerza.

 

Descubrimiento del Perú: un crisol grandioso de culturas y paisajes (fin)

6. Machu Picchu, Cuzco y nuestro guía

El viaje común con mi amiga se iba acabando. Emprendimos la última etapa a Cuzco y al Santuario Histórico Peruano de Machu Picchu. Tal vez porque me molestó el ritmo nervioso del viaje o tal vez a causa de la falta de competencia de nuestro guía Enrique, hubo sombras sobre estos días aunque hiciera sol y aunque me encontrara en dos lugares míticos y maravillosos. No pude vivir el momento presente. Digamos que a Enrique le atribuyo gran parte de la culpa. ¿Qué le reprocho? Desde el primer contacto en el aeropuerto de Cuzco y en el coche que nos llevó al hotel no estuve a gusto: su mirada que mostraba a un joven levemente arrogante, sus silencios, su manera de estar sentado y más. Aunque siempre suela dar una segunda oportunidad antes de juzgar prematuramente, en este caso no me equivoqué, estuve segura, y dije en francés – supuse que no entendía este idioma –  a Nicole lo que estaba pensando. Ella trató de matizar mi crítica y de defender al pobre Enrique. Pero muy rápidamente al día siguiente estuvimos de acuerdo. ¿Por qué decía «El pobre Enrique» hablando de sí mismo?  Hizo justamente el error de nombrarse así maniacamente creando una distancia entre sí mismo y su papel como guía. ¡Y qué pretención! Se creía ser un descendiente directo de la línea genealógica de un príncipe inca y estaba esperando con empeño el momento de probarlo con una análisis de ADN y de proclamarlo a todo el mundo. Como no reaccionamos como era debido al oír jactarse de su convicción principesca, lo repitió varias veces, lo que finalmente no mejoró nuestro humor y la opinión que teníamos de él.

¡El pobre Enrique! No tenía ninguna suerte frente a dos profesoras, a no ser que hubiera podido proveernos de suficientes informaciones durante los recorridos. Ni siquiera en relación con esto pudo afirmarse. Cuando al final de nuestra estancia en Cuzco nos en-tregó el formulario de evaluación que debía devolver a su agencia de viaje, no pude menos que escribir una mala apreciación. Espero que su jefe le haya reprendido y que él haya cambiado su actitud con los turistas.

Sí, Cuzco es una ciudad mítica que despide fuerza y protección. No sorprende que fuera la capital del Imperio Inca y que los Españoles la apreciaran mucho construyendo iglesias, palacios y la Plaza de Armas, pero también apelando a lo que ya estaba cons-truido. Muros megalíticos todavía forman el fundamento de los edificios y les dan algo de indestructible, de eterno, de indomable. Se encuentra un ejemplo majestuoso de la solidez de las construcciones incas en el complejo de Sacsayhuaman, una fortaleza ceremonial ubicada a dos kilómetros de Cuzco que ofrece una vista panorámica única de las montañas, los valles y la ciudad. Remito a los numerosos guías que describen de manera exhaustiva la riqueza artística de la ciudad, pero, además de los edificios sagra-dos y profanos, no se debe olvidar mencionar la escuela de pintura cusqueña para rendir honor al rango de Cuzco en el patrimonio cultural de Perú.

Sí, Machu Picchu es una obligación imprescindible. Esta obra maestra inca de arquitectura e ingeniería debe ser parte obligada de un viaje por Perú porque figura entre las siete nuevas maravillas del mundo, porque a pesar de que es un imán turístico todavía hay un velo de misterio sobre el conjunto, porque se ubica en un paisaje de montañas altas e impenetrables que se recorren por un único camino que fue trazado por los Incas y que una expedición sueca redescubrió en el año 1942 y porque tus amigos te preguntarán si estuviste en Machu Picchu. Si quieres evitar una explicación que no será satisfactoria, lo mejor es que conozcas este sitio. Fui allí y no me arrepiento del tour. Pero habría debido acercarme lentamente, a pie, y no tomando el tren y el bus con la masa turística. Así se robaron mis recuerdos. Voy a tratar de explicarme. Sí, recuerdo lo que vi, pero mis recuerdos se solapan con las imágenes que había visto en internet o en los libros, son recuerdos muertos porque no pude vivir un choque emo-cional. Si hubiera subido a Machu Picchu tomando el camino inca – no importa si hubiera hecho una marcha de un día o más -, me habría apropiado del terreno, paso a paso, de un punto de vista al otro, del dolor de pie al dolor de rodilla tal vez, y podría guardar recuerdos vivos incluso sobreembellecidos, pero auténticos.

En el aeropuerto de Lima nuestros caminos se separaron. Despegué a Guayaquil siguiendo a Galápagos, y Nicole se fue a Santiago de Chile para unirse a una amiga suiza y viajar tres semanas por Chile.

No soy una turista, no soy una viajera, pero me gusta marcharme para salir de mi zona de bienestar protectora. Alejarme un kilómetro o mil kilómetros no importa, descubrir y sentir lo nuevo, guardarlo en mi cuerpo para gozar de ello una vez de vuelta en mi hogar y anhelarlo de nuevo porque sé que he perdido la intensidad del momento. Este vaivén del anhelo entre partir y volver me permite ganar la pelea contra la rutina (Paul Morand, 1888-1976) y mantenerme vital.

Descubrimiento del Perú: un crisol grandioso de culturas y paisajes

5. Los sitios archeológicos de Pucará y Raqchi, el barroco andino en Andahuaylillas

 

Me alegré de hacer la etapa siguiente hasta Cuzco en bus a lo largo del antiguo camino inca. Tomamos un bus turístico, es decir que un guía comentó en español y en inglés los puntos interesantes y los monumentos visitados en cada parada durante el viaje de diez horas. Aunque debí soportar el trámite turístico – como se pudo notar hasta ahora no me gusta mucho estar en la multitud – disfruté muchísimo el recorrido. El bus paró en Pucará, en el paso La Raya, en las ruinas de Raqchi, en Urcos y en Andahuaylillas antes de llegar a Cuzco.

A través de mis lecturas al preparar mi viaje a Perú me asombré de la gran cantidad de culturas antiguas que poblaron el país y me pareció una lástima limitar mis visitas de sitios arqueológicos a las pocas culturas previstas en el recorrido. Sin embargo, fuimos premiadas en esta etapa hasta llegar a Cuzco, pues pudimos ver muchos restos arqueo-lógicos. La primera parada en Pucará, el sitio de una cultura que acabó en el siglo VI d.C. y cuyo Museo Lítico visitamos, alberga estelas, esculturas y monolitos sobre todo antropomorfos que se destacan por la crueldad de las escenas representadas. Además de los artefactos expuestos en el museo me llamó la atención una frase del joven guía que cuidó de nosotros. Nos mostró su cara y apuntó a su dentadura, más precisamente a sus dientes caninos que sobresalen porque son más largos y delante de los otros. Nos indicó que esta particularidad era un signo de la etnia polinesia, lo que probaba, que él, hijo de Pucará, tuvo antepasados de Polinesia. Formuló la tesis de que no llegaron directamente a Suramérica sino que pescadores o aventureros salieron de la Isla de Pascua, que per-tenece a la Polinesia, y se establecieron en América del Sur. Aunque Pucará no está situado cerca de la costa, hay un hecho lógico que muestra la conexión entre Pucará y la Isla de Pascua, pues en «la costa del Pacifico se han encontrado evidencias Pucara en los valles de Moquegua y Azapa (Arica – Chile)» (Wikipedia). Aparentemente hay una influ-encia pascuense o rapanui en las obras que están expuestas en el Museo Lítico. Respecto al joven guía que se refiere a sus origines polinesios, se podría suponer que tiene estos rasgos específicos porque sus antepasados fueron víctimas de los traficantes peruanos de esclavos que importaron en el siglo XIX mano de obra barata para trabajar en la agricultura. En la duda prefiero por supuesto la hipótesis del aventurero.

Después de recorrer el paso La Raya (4338 msnm) que forma la línea divisoria de las aguas entre el Pacífico y el Atlántico, nos paramos a visitar las ruinas de Raqchi. Se trata de un sitio arqueológico incaico en adobe que asombra por las dimensiones del templo que se llama el Templo de Viracocha: «Tiene una enorme estructura rectangular de dos pisos que mide 92 metros de largo por 25,5 de ancho.» (Wikipedia) Antes de ser destruida por los Españoles, se puede decir que el templo tenía el techo más grande en el imperio incaico. Además, el sitio no consta solamente del edificio religioso, sino también de un complejo económico abarcando almacenes alineados de planta circular, un fenómeno raro porque los Incas solían construirlos de forma cuadrada, en los que se guardaban grano, pescado, carne y otras reservas de nutrición.

La parte que se extiende 50 kilómetros al sur de Cuzco y que participa de la ruta del barroco cuzqueño me encantó particularmente y, para mi vergüenza, me obliga a aprobar la intervención de los jesuitas en el proceso de colonización de los Andes, pues gracias a este acto bárbaro se construyeron iglesias muy hermosas que no existen en ningún lugar que conozca. La Iglesia de San Pedro Apóstol en Andahuaylillas y el templo de Canincunca con la Capilla de la Virgen Purificada en Urcos son dos ejemplos del barroco andino. Tal vez me equivoco de templo y lo confundo con el Templo de San Juan Bautista en Huaro. En el fondo no importa porque están construidas y decoradas en el mismo espíritu que muestra el contraste entre el renacimiento popular en el exterior y el barroco en el interior. Sin embargo, la Iglesia de San Pedro Apóstol destaca por su rique-za decorativa en la fachada frontal. A pesar de su sencillez los edificios se imponen a la mirada. Su volumen armonioso y sobrio cabe en el entorno del pueblo y gracias a las proporciones tiene en cuenta la vida sencilla de la población rural. Ubicados sobre una plataforma empedrada y enlucidos de yeso blanco, sus portales coloreados o de piedra roja subrayan la entrada para invitar al parroquiano a visitar la iglesia.

Precisamente al ingresar al templo el visitante se queda embobado por el espectáculo que nunca habría podido vislumbrar desde el exterior: son fuegos artificiales de color, de sombra, de pan de oro, de escenas bíblicas, de lo sagrado cristiano mezclado con la ico-nografía de la mitología de los Incas que adornan las paredes, los muros y los techos sin que ningún espacio esté exento de decoración, una abundancia que había visto ya en la Capilla de San Ignacio en Arequipa pero que allí, y en otro estilo, se apuntaba hacia otro público más bien español porque esta Capilla era originalmente la sacristía de la Iglesia de la Compañia de Arequipa.

!Que maravilloso, imponente, lleno de contraste este arte que encontré durante el viaje!

Descubrimiento del Perú: un crisol grandioso de culturas y paisajes

Antes de emprender mi viaje a Perú me había propuesto poner por escrito mis recuerdos aprovechando el español que estoy aprendiendo, usando así el único medio que me gusta y que me ha dado buenos resultados hasta ahora. Me imaginé escribir textos de diferentes tipos a partir de algunas fotografías representativas de los momentos más importantes para dar un toque literario al producto final. Habría querido crear textos en un estilo afín al que empleé en mi libro sobre Yves d’Anglefort. De vuelta en Suiza, me di cuenta de que mi imaginación se había secado. Por eso opté por otro tipo de texto y elegí una forma que mezcla las impresiones personales y la relación de viaje, una forma que finalmente me gusta, pero que se dirige más bien a mí que a otro destinatario, cuyos contenidos, sin embargo, creo necesario compartir.

1. Lima

Ya hace tres semanas que volví de mi estancia en América del Sur y debo de constatar que mis recuerdos se han atenuado de manera muy tangible, aunque me sirva de las pocas fotografías que hice durante el viaje para darles vida. En general las fotografías fijan lo vivido sin darle de nuevo la intensidad del momento. Sea como fuere, lo que fue importante para mí se me queda y nadie podrá robármelo.

Nosotras (es decir Nicole, una amiga que compartió el viaje, y yo) fuimos recogidas en el aeropuerto por el guía que nos acompañó en Lima y conducidas a nuestro hotel situado en Miraflores. Welcome Drink inevitable, ¡un pisco sour!

Partí a Lima teniendo dos imágenes contrarias de la ciudad, basadas en las diferentes perspectivas de dos personas que me habían hablado mucho del Perú, lo que me obligaba a tomar una actitud crítica desde el primer momento. Para una, Lima es una ciudad hermosa; para la otra es una ciudad horrible. Nuestro guía nos mostró en particular el centro histórico, el Convento de San Francisco y el Museo Larco. Esto es lo que por lo menos recuerdo. Además, organicé un tour por los Pueblos Jóvenes, guiado por un ingeniero agrícola alemán que está comprometido con los pobres de Lima ya desde hace 25 años. Nuestros paseos personales se limitaron a Miraflores, puesto que tuvimos que descansar del vuelo y de la diferencia horaria.

Sí, lo que vi paseando por el centro de Lima me gustó, pero no me encantó. A excepción del museo Larco que me emocionó por la riqueza de sus obras expuestas, la claridad de su concepto y el montón de informaciones, todo situado en una villa maravillosa, no encontré un lugar que me impresionara o que me cautivara completamente. Es un museo arqueológico privado que conserva obras provenientes originalmente de los sitios situados en la costa norte del Perú y que su fundador y arqueólogo Rafael Larco Hoyle incrementó con artefactos de otras culturas adquiridos a lo largo de sus viajes por el Perú. Por otro lado, los Pueblos Jóvenes fueron una revelación porque tenía el prejuicio de que iba a encontrar la pobreza que inspira compasión, pero no fue el caso. Me sorprendió sobre todo la enormidad de estas zonas y que fuera posible vivir una vida “normal” en un entorno tan precario. Evidentemente mi sensibilidad política se ha atenuado en el transcurso de mi vida.

Por suerte tuvimos algún tiempo para formarnos una idea del barrio de Miraflores. Fuimos por la tarde al famoso centro comercial Larcomar que está ubicado al borde del acantilado. Por supuesto, mi corazón latió más fuerte al descubrir la vista panorámica sobre la infinita bahía de Lima que se confundía con el cielo gris. Mi corazón latió aún más fuerte también al pensar qué infierno podría ocurrir en caso de sismo, una espada de Damocles que nunca iba a olvidar durante los dos días en Lima porque en mis recorridos iba a ver señalizaciones en cada esquina pidiendo a la población que se dirigiera a este sitio en caso de terremoto. ¡Cuesta acostumbrarse! El centro comercial Larcomar goza también de buena reputación por sus restaurantes. Allí mi nervio gustativo se intensificó al comer, sin exagerar, el más delicioso atún de mi vida. Sin embargo, hubo otro lugar que hizo latir fuerte mi corazón, fuerte y con cariño: en el Parque Kennedy me llamaron la atención los muchos gatos en el césped. Andando por el parque me sorprendió un cartel que explicaba el porqué de la invasión de estos gatos felices y los esfuerzos y el amor dados por las organizaciones privadas para cuidarlos y evitar una propagación perniciosa. De gatos de caza se convirtieron en gatos de salón. Se los alimenta, vacuna, esteriliza, fotografía, admira y adopta. Anhelé adoptar uno, imaginé como llevármelo y sorprender a mi familia con un gato peruano. Por suerte ¡soy realista! Cerca del Parque Kennedy nos sentamos en la terraza de un restaurante de estilo parisino muy acogedor, quizás porque un camarero un poco mayor me atendió de manera muy graciosa e inusual en Suiza.

¿Es Lima una ciudad fea o hermosa? Tal fue el punto de arranque. No estoy de acuerdo con ninguna denominación, menos con la opinión de fealdad. Aunque probablemente haya en Lima barrios que se pueden calificar de feos como en todas las ciudades del mundo, incluso en Zúrich, nunca me sentí mal y nunca tuve la necesidad de irme de un lugar. Lima no es fea. ¿Es Lima hermosa? Tampoco. Por supuesto, admiré objetos, monumentos, zonas muy bellas, pero me faltó el hilo que reuniera esas zonas y las transformara en un conjunto coherente que haga olvidar los huecos que no pertenecen a la idea de belleza. Más bien parece contradictorio caracterizar de manera absoluta una ciudad de 8.5 millones de habitantes que tiene un rico pasado y que sigue expandiéndose rapidísimamente.